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viernes, 26 de agosto de 2011

De botigas... (farmacias)

El golpetazo fue algo más que un coscorrón. Lo digo por el aparato que se armó. Porque, generalmente, cuando nos hacían un bollo en la cabeza íbamos llorando a casa; la abuela nos ponía una corteza de calabaza en el bollo, nos limpiaba los mocos con la puntica del del'ántal, nos enjugaba las lágrimas, nos daba un beso..., y a por otro.
Pero aquel día, no. Mi primo Buturian llegó lívido a casa. Y hasta la abuela se asustó, y para que se asustara ella...
-Bastiané, vete a la botiga y que te den árnica, que en casa no nos queda. Que nos vais a matar a disgustos... Sí, Y tú, más malo que rematau, que pareces el bandido Cucaracha.
Lo dijo todo de un tirón y yo salí corriendo, no sé si por la preocupación del mal de mi primo o por escapar del sermón de mi abuela, precisamente a mí, que no había tenido nada que ver con el asunto.
“Más malo que Cucaracha”, me había dicho. Y Cucaracha debía de ser muy malo, aunque con ribetes de bueno, ya que era el bandolero “que robaba a los ricos para dar a los pobres”. Yo había oído hablar mucho de él, sobre todo, al pastor, que en los veranos llegaba al pueblo, y que era de Lanaja, el pueblo de Cucaracha. Bueno, su pueblo, no, porque había nacido en Alcubierre, pero andaba mucho por la Sierra de Lanaja y allí precisamente, en la aldea de Lanica, es donde lo mató la Guardia Civil, después de haberle envenenado el vino.
Yo me estremecía cuando Antonier me contaba aquella salvajada de quemar vivos a un matrimonio de abuelicos porque le habían traicionado o él lo creía asÍ. Pero también me emocionaba con lo del molino, cuando se le apareció al chavalico que iba a moler con aquella burra cargada de trigo y le pidió dinero. Se conoce que el chico le dijo:
-No, siñor, no llevo dinero; mi padre no me ha dado porque somos pobres y si me sale Cucaracha y me lo quita...
El bandido se echó a reír, sacó un duro de su faltriquera y se lo dio al muchacho diciéndole:
-Pues toma esto, y le dices a tu padre que Cucaracha no roba a los pobres: roba a los ricos para dar a los pobres.
Como digo, esta historia me emocionaba y hasta me hacía pensar en hacerme yo bandolero también”.
Esta historia del chaval camino del molino la cuentan también en Lanaja, en Pallaruelo, en casi todos los pueblos de los Monegros. Y de otros bandoleros en otros pueblos, porque aquí han abundado. No se vaya a creer que los bandidos eran sólo de Despeñaperros para abajo, con Diego Corrientes, El Tempranillo, Luis Candelas y demás. Lo que pasa es que no se ha estudiado nuestra tierra.
La Gran Enciclopedia Aragonesa, en su entrada “bandolerismo”, se limita a épocas muy lejanas y desconoce los tiempos modernos. Es cierto que en el siglo XVI proliferaron los bandoleros, especialmente en el Campo de Jaca, camino de Francia y en los Monegros, vía de Zaragoza a Barcelona. Fueron utilizados para apoyar las luchas entre Felipe II y el Conde de Ribagorza. Por el monarca, lucharon los forajidos el Miñón y los Valls catalanes. Por el conde, los bandidos Cosculluela, Roy, Barber, los Pistoles, Perandreu y, sobre todo, Lupercio Latrás.
Otra época de “esplendor” del bandolerismo se da en la segunda mitad del siglo XVII, con Felipe Bardaxí, bandido, además de contrabandista de caballos, Lorenzo Juan y Martón. Y los tres estuvieron involucrados en la terrible matanza de moriscos de Codo y Pina.
Pero también durante las guerras carlistas proliferan. Los más famosos fueron Mariano Gavín, alias Cucaracha, de los Monegros, y Pascual Andreu, alias El Floro, en el Maestrazgo.
Todo esto iba pensando cuando llegué a la farmacia, la botiga que decíamos. Era pequeñica pero preciosa. Había un mostrador de madera oscura, tallado con molduras. Sobre él una minúscula balanza y, al Iado, su juego de pesas; en otra esquina de la mesa se veía un pisapapeles que sujetaba un par de recetas con la letra inconfundible del médico don José María y que suponía yo que las guardaba para estudiadas despacio, a ver si era capaz de descifrarlas, lo que, sin duda, tenía su mérito. Yo creo que hacía falta saber solfeo.
Las pesas eran curiosas, diminutas; tenían la forma de un tronco de cono y eran huecas, para poder introducidas una dentro de otra. Yo las había visto utilizar, aunque también a manera de pesas, el farmacéutico usaba unas monedas de cinco céntimos y otra de un chavo o de dos chavos.
Colgada en la pared, cerca de la balanza, se veía también una romana de las que llamaban “granitorios”, que pesaban los “granos” la medida más pequeña del sistema médico, pero que debía estar en desuso, pues yo siempre la había visto colgada.
La pared del fondo de la farmacia la ocupaba una estantería de madera que hacía juego con el mostrador y la puerta, que se veía a la izquierda y que daba paso a la rebotica.
La estantería me entusiasmaba. Estaba repleta de tarros perfectamente alineados en sus anaqueles. Eran de cerámica, blancos, con sus tapaderas, que terminaban en una bolica y sus inscripciones azules: todos los tarros mostraban, entre las florituras azules, el nombre de la sustancia que contenían. Yo intentaba leer los rótulos de letra inglesa, elegante y clara, pero con palabras que me resultaban misteriosas.
Todavía recuerdo algunas: “Extradigital purp”, “Extr: Genciana”, “Polvo alumínico”, “Ol. Papaver”,”Crema tartárica”, “Óxido plomo”, “Opio bruto”.
Lo del “opio bruto” no sé por qué me impresionaba; y recuerdo, sobre todo, dos que decían: “Triaca magna” y “Triaca pauperibus”, porque un día le pregunté al mosen qué querían decir y me explicó que las triacas eran mezclas de muchos productos que provenían de la medicina medieval de los judíos. Había muchas combinaciones curiosísimas que hoy nos harían sonreír, porque entre los ingredientes hasta se incluían “orines de un niño de nueve años”.
Por lo visto, el boticario tenía, o había tenido, triaca para ricos y para pobres.
Al cabo de un rato salió el boticario de la rebotica, con su bata blanca y machacando algo en un mortero. Siempre aparecía así. La puerta de la calle, al abrirse, golpeaba ligeramente una campanilla colocada en el dintel, que le avisaba la presencia de algún cliente.
Yo, al entrar, enseguida distinguí las voces de la gente en la rebotica: eran las “fuerzas intelectuales” del pueblo, el secretario, el cura, el maestro y el médico, que se reunían allí de tertulia.
Pero el farmacéutico, indefectiblemente, salía de la rebotica con el mortero, tal vez para dar la impresión de estar siempre trabajando. Por cierto, que me chocaba que siempre revolvía la masa del mortero dando vueltas en dirección contraria a como lo hacían las mujeres al preparar el ajolio, es decir, en dirección a las agujas del reloj. Un día me había atrevido a preguntarle el porqué y él se sonrió y me aclaró que todos los boticarios lo hacían así, y que era más lógico, porque de esa forma veían la pasta al revolverla, mientras que las mujeres la tapaban con su propia mano al revolver.
Eran famosas las reboticas de entonces. En la ciudad, había bastantes, con tertulias en esas habitaciones contiguas a las tiendas y que normalmente hacían de comedor y aun de cuarto de estar. Eran el mentidero, y las reuniones iban por gustos afines en las confiterías, comercios, ultramarinos y farmacias. En una se juntaba la peña taurina, en otra, los políticos republicanos; en la de más allá, las fuerzas de derecha, con canónigo incluido... Las mujeres de los contertulios se solían reunir arriba, en el piso, y allí tomaban el chocolate o jugaban a la canasta, mientras sus maridos arreglaban el mundo.
En el pueblo, la única rebotica era la del farmacéutico.
Por entonces, apenas se vendían medicamentos envasados. Los solía preparar el boticario según las recetas que el médico le daba al paciente.
Envolvían cuidadosamente las dosis en unos papelitos de diferentes colores:
-Que no se te olvide, el amarillo, para la cena, el azul, para la comida.
Lo Único que el boticario no preparaba eran las inyecciones. Ésas venían ya en ampollas. El practicante iba a domicilio y las administraba.
Antes de pinchar desinfectaba la aguja y la jeringuilla, porque tenía una sola para todos, hirviéndola en un recipiente metálico que calentaba en su hornillo de alcohol. Cuando en el pueblo no había practicante, el barbero asumía ese papel. Yo ya no conocí las sangrías que hacía el mismo señor para rebajar la fiebre, pero sí las sanguijuelas, que se vendían hasta bien entrado el año cincuenta por la montaña .
Se vendían muy caras, a tres un real, y, por eso, algunos las iban a buscar directamente a la charca de Zelipón; era muy fácil: te zambullías y bastaba con un chapuzón, nadabas un poco y salías con cuatro o cinco sanguijuelas pegadas a las piernas. Las soltabas echando un poquico de aceite que te habías llevado en un pomo y las guardabas en un trasco: ya tenías sanguijuelas gratis.
No recuerdo que tuviéramos en casa. Lo que sí teníamos, como en otras muchas, era el “librico de remedios”. Así llamaba mi abuela a una libreta gorda, de tapas de hule, en la que se habían recogido durante generaciones las recetas caseras para males y enfermedades y otras muchas formulas para cosas muy diversas. Estaban sin orden alguno, según las habían ido recopilando. Sus hojas estaban ya muy sobadas de tanto manejarla.
Las grafias eran de manos muy diversas. Algunas muy antiguas, que hacían las erres como si fueran equis y las eses parecidas a efes. La tinta, casi siempre morada, a veces muy desvaída, y de fabricación doméstica.
El librico era muy divertido y yo a veces me entretenía leyendo, porque aquello, entre otras cosas, era todo un tratado de medicina y veterinaria.
Recuerdo algunas recetas curiosas:
-Para rebajar la fiebre, sinapismos con farina, mejor aún si está fermentada. Se amasa con simiente de col y vinagre y se coloca en la planta del pie.
-Bronquitis: flor de malva tostada puesta en cataplasma o hervida corno si fuera camamila y tornada con anís.
-Dolor de estómago. Se pone encima una cataplasma de alfalce frito con manteca de cerdo. Para eso se pica el alfalz, se pone en una sartén y se fríe con la manteca.
-Colocando una rama de sabina en el bebedero de las gallinas no enfermarán porque se rebaja la hiel y se protege el hígado.
-Hierba troca. Se echa al río. Se hace una pasta con esa hierba con cardenillo y vinagre y la pasta se unta a los gusanos que se echan al río. Los peces se emborrachan y se pueden coger con la mano.
-La que no tiene una cala en casa no se casa.
-Heridas de animales. Aceite de enebro o aceite que resulta de macerar durante meses en aceite de oliva hojas de chinibro o cascos de cebolla hervida, con aceite y jabón.
-No se pueden cortar las uñas en martes porque salen uñeros. Si se cortan en lunes no duele la cabeza esa semana.
-Cuando uno está cansado o sudando, antes de beber agua de una fuente hay que mojarse los pulsos.
-Tuberculosis. Para curar un tuberculoso, se le da caldo de perros recién nacidos, pero sin que él lo sepa.
-La mancha de la mora, con otra mora se quita.
-Sentencias que hay que saber:
Dice el Papa: yo soy cabeza de todos.
Dice el Rey: yo obedezco al Papa.
Dice el caballero: yo sirvo a ellos dos.
Dice el mercader: yo engaño a estos tres.
Dice el letrado: yo revuelvo a estos cuatro.
Dice el labrador: yo sustento a estos cinco.
Dice el médico: yo mato a estos seis.
Dice el confesor: yo absuelvo a estos siete.
Dice Cristo: yo sufro a estos ocho.
Dice la muerte: yo me llevo a todos ellos.
-El gato nuevo, para que no se vaya de casa, se le untan las uñas con aceite y se las restriegan por el cremallo diciendo: “Gato, gato, en casa estás; de casa te irás y a casa volverás”.
-Cuando el gato se enfurisma es que se trata de una bruja mala. Traer ruda y ponerla en la cocina.
-A la oveja que se le pone el ojo blanco y pierde la vista, para curarla, con una aguja lanera de coser colchones y con lana negra coserle el bulbo de la oreja con un solo agujero y dejar la lana cosida colgando. Para que sea más efectivo el remedio, con otra aguja o con la misma, después de colgada la lana, pinchar la misma oreja y dejar salir unas gotas de sangre dentro del ojo, torciendo la oreja. Repetir/o todos los días hasta que se cure. Se hace en la oreja derecha.
-Para que los conejos no cojan la peste, tiene que haber palomos en el mismo corral y, de esta forma, no cogen la peste.
¿A que era divertido el librico? Yo me pasaba ratos y ratos ojeándolo...

miércoles, 24 de agosto de 2011

La gaita aragonesa o de boto

Uno de los instrumentos musicales más conocidos de nuestra tierra es esta gaita. La reconocemos enseguida por que va vestida de ropas infantiles de niña. ¿Por qué? Muchas versiones tiene la tradición, pero ningún gaitero se atreve a llevarla sin sus ropicas. La más creíble y la más extendida se sustenta en la vida de un gaitero de Monegros.
El señor Antonio, terminó de desollar la cabra, sacándole trabajosamente la piel por la pata derecha trasera. Su vieja gaita ya estaba definitivamente rota y ahora quería fabricarse otra. De ese pellejo sacaría el fuelle para fabricar una nueva.
Necesitaba otra gaita para el cometido que tienen en esta tierra, cantar y llorar.
Mientras trabajaba con su navaja, canturriaba entre dientes, le estaba llorando el alma. Acababa de enterrar a su hija Vicenteta que siempre le pedía que le tocara alguna canción de su infancia. No se la volvería a pedir. Muerta su hija, necesitaba más que nunca su gaita.
Ya había terminado el clarín y los dos bordones y los había forrado con piel de culebra como se hace siempre; solo le faltaba ajustar el boto para que estuviera lista. Una vez terminada la vestiría con la última ropa de la niña, aquel vestido de cretona estampada y así le parecería que ya siempre su hija lo acompañaba de pueblo en pueblo y de fiesta en fiesta por los caminos de Aragón.
Así me lo contaron y así os lo cuento. Dicen que esta es la razón de por que el boto de la gaita aragonesa va vestido de ropas infantiles.
Los instrumentos aragoneses son en la mayoría muy antiguos y recogidos solo por el pueblo. Para la música aragonesa se utilizan instrumentos que parecen solo nacidos en los pueblos, y con cualquier cosa te sorprendes de cómo suenan. Está el “chicotén” que se tañe a percusión aunque tiene cuerdas. Las castañuelas, las pulgaretas, los pitos, las tejuelas y muchos mas que se improvisan por que suenan bien.
Es curioso, pero los instrumentos aragoneses, la guitarra, el laúd, la gaita, el chicotén… se abrazan para tocarlos. Es lógico, pues, que para tocarlos, la música salga de muy dentro…

domingo, 21 de agosto de 2011

Aragón, pueblos vacíos.

Preparando estos artículos para el blog, tengo días que me vienen cosas a la cabeza y me piden comentarlas.
Lo que es difícil de entender para muchos, es por que se vacían los pueblos en nuestra tierra. Dicen que les gustan más que la ciudad. Pero lo dicen por que solo están de vacaciones.
¿Por qué estoy en Zaragoza? De pequeño no quería salir del pueblo ni por todo el oro del mundo. No estoy hecho para el asfalto. Soy más de pueblo que un “ababol”. Aquí no conoces a nadie. A mí me gusta pararme a hablar con la gente (¿Qué tal Agustín? ¿Cómo sigua la abuela? ¿Y las paperas de Agustiné? ¿Aún te queda mucho por labrar? ¿A cuanto nos pagaran este año las olivas?...) No. En Zaragoza es imposible hablar. Todo el mundo va deprisa mirando el reloj. Aquí eres un solitario entre seiscientos mil solitarios.
¿Por qué se fue la gente de los pueblos? Es muy complicado. Yo creo que a nadie le gustaría marcharse. Me recuerdo al viejo que salude sentado en un banco de la plaza Roma de Zaragoza:
 -¡Que bien se está aquí al sol!
–Si. Aquí huele a campo.
Se estaba regando el jardín y el olor a yerba llegaba a nuestro olfato.
No me cabe duda de que en mi Pirineo mucha culpa la tienen los pantanos. Cuando el llano tiene sed ya puede echarse a temblar la montaña. Ellos son más. Eso significa votos. Y los votos son la fuerza de los políticos.
Si uno no se quiere ir de su pueblo, ¡no se le puede obligar!
Mediano -Sobrabe- Huesca
Que se lo pregunten a los de Jánovas que les dinamitaron el pueblo. O los de Mediano que tuvieron que escapar con agua hasta la cintura. O los de la Garcipollera que nunca quisieron ponerles carretera, ni luz, ni teléfono, ni escuelas… es más importante poner ciervos allí. Ahora los ciervos tienen carretera y todo lo demás…
¿Qué va a ser la montaña? Lo que quieran los de abajo. Un bonito desierto de vacaciones. Con muchos bosques, eso sí, y mucha nieve, pero sin gente. Si acaso algún agüelico con boina y abarcas para sacarse una foto junto a él. Pero nadie explicará a nadie que las arrugas del pobre agüelo están hechas de trabajo duro y de pena al ver que todo lo que ha amado en este mundo, la casa, el lugar, las personas que tiene enterradas en el pequeño cementerio, todo, se lo va ha llevar la trampa.
Tal vez alguno entienda que el progreso a costa de la muerte de nuestros valles no puede ser bueno.
Sin embalses ¡no es Aragón rica en tierras bajas!
Cuando hicieron el canal de Tamarite, todos se alegraron. Pero unos años más tarde, le cambiaron el nombre y llamaron “Canal de Aragón y Cataluña”. Alguien entendió lo que se venía encima. ¡Lástima que solo fueran cuatro viejos los que lo comprendieron!

martes, 9 de agosto de 2011

Los toros y Teruel

Hace muchos años que tuve la suerte de recoger estas tradiciones y gracias a mi manía de tomar nota de todo, hoy puedo contaros. Posiblemente habrán cambiado formas de interpretar estas fiestas, pero el fondo sigue siendo el mismo.
Siempre me alegraban mis pocos viajes hasta Teruel, siempre con mi afición por las costumbres aragonesas. Y os hablaré de los toros.
Sí, ya sé que todos tenéis corridas: basta con pensar en las ferias de San Lorenzo, y no digamos ya las de Zaragoza, toda la temporada y más aún para el Pilar. y también recuerdo en Huesca la calle de Ramiro el Monje que todos llaman “La Correría”, por donde antiguamente se celebraban los encierros. Pero es que esto de Teruel es único en el mundo.
Teruel es la tierra del toro. No os olvidéis que hasta en el escudo de la ciudad campea el toro. Y cuando vayáis por allí observareis “El Torico”, encaramado en la columna de la plaza principal y que es el primer emblema de la ciudad.
El toro está unido a esa tierra desde tiempos inmemoriales. El profesor de Historia nos habló un día de su presencia en los abrigos prehistóricos de Albarracín, del prado de Navazo, de la Cocinilla del Obispo... con pinturas y grabados rupestres preciosos. Yo no los he visto.
Cuando vuelva por ahí ya os lo contaré.
También allí antiguamente hubo encierros y raro es el pueblo turolense que no incluye las vaquillas en el programa de sus fiestas. Pero no solamente es eso. Lo verdaderamente de esta tierra son los toros embolados o toros de fuego y los ensogados. Y de esto quería contaros algo.
De las vaquillas nada voy a deciros, pues en todos los sitios se conocen.
Aquí es muy famosa la vaquilla del Angel, en la capital. El ambiente antes de “romper” es increíble y todos esperan nerviosos a que suene el campanico del Ángel que anuncia la rompida. También corren el toro ensogado por todas las calles del casco viejo. El día bueno para presenciado y mejor aún para correr delante de él es el lunes siguiente a San Cristóbal. Lo controlan cuarenta y tres mocetones y dura unas tres horas, desde las cinco y media de la mañana.
También lo corren en Albentosa y, por supuesto, en Rubielos de Mora. Por cierto, que allí los mozos que controlan el toro corren delante de él, con el consiguiente riesgo. Son cinco los sogueros. El día de agosto es el día de “las higas”. Y es que después del recorrido desde la plaza del Plano hasta la plaza de la Sombra, que es de unos 400 metros, y después de encerrar al toro, los corredores y el público almuerzan higas blancas con aguardiente.
No sé si os he contado alguna vez la rivalidad que suele haber entre los pueblos vecinos, aquí en Teruel, como en todas las comarcas aragonesas.
Aquí es proverbial la de Rubielos de Mora con Mora de Rubielos. Y qué gracia me hizo escuchar aquella broma cuando el toro estaba acorralando a unos chavales y uno gritó: ¡Dale soga, que son de Mora!
Naturalmente que no le dieron soga al toro, porque podía haber terminado en tragedia.
A Rubielos me llegué un día para ver el toro embolado.
Es muy espectacular porque se hace de noche y con las luces de las farolas apagadas. Únicamente están encendidos los tederos o antorchas con teas.
En Rubielos es estupendo el “Toro Jubillo” que celebran el 29 de agosto al estilo antiguo. La fiesta comienza con una cena popular en la Plaza de la Sombra, donde realizan el matapuerco al estilo tradicional. El menú es “lomo de toro asado” que asan a fuego lento con patatas untadas de mantequilla y la carne se enmarina la tarde anterior. Cuando termina la cena preparan el recorrido del toro.
Primero viene lo de acotar el sitio en donde se va a correr. Se llama “sacar las barreras” y los mozos lo subastan. Los que ganan la puja son los encargados de sacarlas del almacén y de instaladas en los lugares de costumbre. Las barreras son unas vallas movibles que aquí les dicen vigas y que son unos gruesos palos de pino. Se apoyan en las vírgenes, especie de escaleras que se atan con sogas de esparto a las paredes, a los clavos fijos, muy resistentes y que están empotrados en ellas. El conjunto tiene que ser muy robusto, como para soportar todos los embates del toro y el peso de cincuenta o cien espectadores encaramados en ellas.
Antes de comenzar el espectáculo se embola el toro. Para esta operación se ata al toro al “palo de embalar”, que es una estaca plantada firmemente en el suelo.
Las bolas generalmente las prepara el herrero calculando el tamaño según sea el del toro. Primero hace una mezcla de resina, trementina y pez coca y la pone a calentar. Cuando ya está caliente, sumerge en ella estopa de cáñamo en rama para que se empape bien y, luego, la coloca en los extremos del yuguete, que suben a manera de antena y terminan en una cruz de hierro en donde se sujetan fuertemente y va dando al conjunto la forma de bola completamente redonda. Para eso utiliza también alambre.
El yuguete se encaja en la testuz del toro y se sujeta a la base de los cuernos con una cadena. Ahora ya falta solo esperar el momento de encender las bolas. Para que el fuego que chisporrotea no chamusque o lastime al animal, se le embadurna, sobre todo la parte alta de la cabeza, el cuello y los lomos con arcilla mojada.



El resto lo dejo a vuestra imaginación. Las mozas, en los balcones. Los valientes, jugando al escondite con el toro por las esquinas y recovecos de las callejas. El citarlo de lejos y el escabullirse de él. El griterío de los espectadores, la emoción atenazando a todos. Las bolas duran unas dos horas y, por tanto, también el espectáculo. Al terminarse queda todavía la tarea de volver a encerrar al toro en el toril. No siempre resulta fácil.
Si el animal se niega, algún habilidoso lo enlaza con habilidad por los cuernos con una soga y tiran de él. Si eso no basta se recurría antiguamente a un método un poco salvaje que ya se ha desterrado y era hostigar al toro con unas garrochas largas provistas de un clavo en la punta.
Esto, el toro embolado. Me gustaría que lo presenciases alguna vez.
Os entusiasmaría. La verdad es que ahora que releo mis recuerdos, aunque he intentado describiros bien todo, caigo en la cuenta de que es imposible reproducir la emoción y el ambiente: hay que vivirlo.
No se sabe muy bien desde cuándo arranca este juego tradicional. Un señor del pueblo, de esos que lo saben todo, me explicaba que hace muchísimos años -en el siglo XIII antes de Cristo decía él- que la ciudad de Bellia, que tal vez fuera la antigua Belchite, poblada por celtíberos, estaba asediada por los cartagineses, que se querían apoderar de ella. Los defensores lo tenían difícil y optaron por una estratagema que se le ocurrió a uno de sus caudillos, que se llamaba Orisson, y que fue la que los salvó: tenían una manada de toros y les ataron a las astas unos haces de paja, les prendieron fuego y los soltaron fuera de la ciudad. Los toros, enloquecidos, irrumpieron en el ejército cartaginés y lo pusieron en fuga.
Y esta hazaña dicen que la repitió muchos siglos después el rey Jaime I el Conquistador antes de la conquista de los moros. La historia es exactamente la misma que se cuenta de Orisson y tuvo lugar en la orilla izquierda del río Mijares. Lo que sí es cierto es que esa comarca es muy aficionada a los toros embalados.
He intentado conseguir una lista de los pueblos en que se festeja el toro de fuego y aquí la teneìs por orden alfabético. Puede ser que se me escape alguno, en ese caso, perdonar: Albentosa, Alcalá de la Selva, Cabra de Mora, Formiche Bajo, Linares de Mora, Mora de Rubielos, Nogueruelas, Olba, Puebla de Valverde, Puertomingalvo, Rubielos de Mora, Sarrión, Valbona y Vinaceite.
Alguien me comentó que en la provincia de Zaragoza tenian toros de fuego también en Bujaraloz y en Sádaba. Pero de esto no estoy seguro.
A propósito de toros: recuerdo que un día me contaban la leyenda de Montoro de Lanaja, en la que una princesa mora se convirtió en un becerro de oro al pretenderla un caballero cristiano y que todavía está en algún lugar del pasadizo que va desde la iglesia actual al antiguo castillo. y también: ¿sabéis que en Teruel tienen igualmente su “becerro de oro”? Está en la Muela de San Juan, cerca del pueblo de Griegos. Y dicen que antiguamente había allí un templo pagano en el que se adoraba un becerro de oro. Lo guardaban en una ciudad que luego edificaron y que existió hasta la llegada de los moros que la arrasaron. Después del saqueo, un soldado escondió el becerro con intención de recuperarlo un día. Pero no pudo porque murió en otra batalla. Las gentes de Griegos han intentado localizarlo pero no han podido. Y dice la leyenda que nunca podrán, a no ser que en el mismo sitio de la Muela de San Juan vuelva a construirse otra ciudad como la desaparecida.
Todo esto se me ocurre hoy, pero seguro que existen muchas otras historias sobre los toros y Teruel.