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viernes, 28 de septiembre de 2012

La Sanmiguelada

San Miguel, fue erigido patrón de las localidades donde convivían cristianos, moriscos y judíos, hasta la expulsión de nuestro país de estos dos últimos, ya que el arcángel aparece en los libros de las tres comunidades. El Santo tiene dedicadas diversas ermitas y parroquias en todo Aragón.
Para San Miguel Arcángel (29 de septiembre) terminaba el ciclo agrícola o el año laboral y, así, los jornaleros finalizaban el contrato con sus amos o lo renovaban por un año más. Era la "sanmiguelada", fecha en la que se ajustaban las cuentas del año y se decidían para el siguiente.
Coincidía este día con el repaso de cuentas en las casas, con el ajuste de mozos y sirvientas, la renovación de médicos, farmacéuticos… era algo así como el balance de ingresos después de los gastos onerosos que imponía la recolección, entre fatigas, sudores y lágrimas…
Era el día de San Miguel, “revolvedor” en que la casa de labrador, asalariaba su servidumbre para el año próximo; firmaba el contrato de arriendo de sus domicilios o de sus tierras; vencían los pagaré, el préstamo o la hipoteca; y en dicho día se celebraba en muchos lugares, la feria de la servidumbre, a donde concurrían de casi todos los pueblos de la montaña y donde se celebraban ajustes y buscaban criados, como si se tratase de un mercado de ganado. Una feria de este tipo muy importante se daba en el lugar de Graus.
La llegada de San Miguel suponía un verdadero trasiego de gente joven de ambos sexos; servían en casas de labranza en los pueblos, y en la ciudad como doncellas, cocineras, o niñeras.
Los asalariados se vinculaban a las casas, por espacio de una añada, de sanmigalada a sanmigalada, que era la fecha crucial del calendario agrario y el hito temporal de renovación o rescisión de los contratos entre amos y jornaleros. En general esos contratos eran de carácter verbal, en los que la dieta de los jornaleros era muy importante, ya que ésta, se constituiría en uno de los factores de descontento de los jornaleros, ya que muchos de ellos se contrataban poco más que por la comida. La sociedad montañesa era eminentemente autárquica y la circulación del dinero estaba en estado muy embrionario. El refranero popular, hace gala de un enorme sentido irónico: “¡Ya van en menos las malas, que me quedan once meses y tres semanas!” Este axioma popular ha quedado como patrón definidor de las servidumbres sacrificadas. Estar hastiado del comportamiento del amo a la primera semana del contrato es harto significativo. La abstinencia de los jornaleros es un hecho muy divulgado por toda nuestra tierra. Dado el alto índice de testimonios orales, no podemos negar que la frugalidad no estaba exenta en la dieta alimentaria tradicional. El patrimonio y el gobierno doméstico tenía en la virtud del ahorro, una conducta de ejemplaridad. A veces la acción de ahorrar rayaba en la cicatería y en el egoísmo. Y de ello dejaron constancia los peones.
Eran también fechas de retorno de los pastores de las montañas para los que la climatología impedía continuar en los valles pirenaicos, y era el momento de regresar a la tierra baja, a los pastos de invernada. Este descenso se realizaba, en ocasiones, de forma escalonada. En Ansó, las ovejas subían a los puertos el 10 de julio y permanecían en ellos hasta el 29 de septiembre.


martes, 25 de septiembre de 2012

Redoladas

Los lugares de las redoladas siempre en nuestra tierra, han estado de greña. Aparte de los motes que se han regalado, las bromas, pesadas o suaves, como queramos denominarlas, en muchos lugares son recordadas como de si de una batalla de guerra, se tratara:
Es tradicional la sorna continua que hay entre Tardienta y Almudévar, aunque no sé cómo no la cortan los primeros, ya que siempre salen perdiendo. Será por aquello de la fama de brutos que llevan los segundos. El antiguo campo de fútbol de la Corona de Almudevar, ha presenciado centenares de encuentros, en el sentido más amplio de la palabra, entre los dos pueblos.
Bueno, lo de ese campo, también tenía su gracia. Recuerdo las casetas-vestuarios, con sus carteles respectivos: “Locales”, “visitantes”, “árbitros”. Pues bien, debajo de la palabra “árbitros”, alguien había añadido: “Heridos, 38. Muertos, 14, Desaparecidos, 24”
Este debía ser el primer gol psicológico al juez del encuentro (éste y la cercanía del canal, que se le recordaba muchas veces a lo largo del partido), porque lo cierto es que el Almudévar rara vez perdía en casa por entonces.
A resultas de uno de estos partidos, los de Tardienta llegaron una noche -con alevosía y nocturnidad, como se ve- y derribaron toda la flamante tapia de caña-pita que rodeaba el campo precisamente en vísperas de un encuentro con perspectivas de buena taquilla.
Los “saputos” (Almudevar), tragaron saliva, pero no dijeron nada. Esperaron pacientemente el momento oportuno que, según cuentan, se presentó el día en que iba a jugar en Tardienta, nada menos que la Unión Deportiva Huesca a beneficio de algo o alguien.
Pero el partido no se pudo jugar, después de vendidas las localidades con varios días de anticipación. Los saputos habían devuelto la “nocturnidad” acompañados de cinco tractores y -como suena-, les habían labrado el campo.
Almudebar
Esas bromas inocentes y no tan inocentes con que se obsequian de un pueblo a otro, parece que abundan en casi todo Aragón.
Cada pueblo pone de vuelta y media a sus vecinos resaltando sus defectos, reales o imaginarios. De ahí la cantidad de apodos y coplas con que se obsequian los unos a los otros.Los de Esposa -que no tenían molino- comentaban a propósito de otro pueblo: -“aquella tocina s'ha moríu de asco al ver o molino d'Aisa».
De un pueblecillo del Sobrarbe, me contaban en el pueblo de al lado, que eran tan espabilados, que cuando se recibió un impreso pidiendo datos de población, movimiento demográfico, clima, etc., no habían entendido esta palabra y habían contestado: -“En este Municipio no tenemos clima, pero si es preciso encargaremos uno a Barbastro”
Ellos me lo desmintieron y a su vez me contaron de los otros, que recibieron un oficio anunciando una posible convulsión sísmica y que intentasen localizar el epicentro, a lo que contestaron al cabo de tres días: -“Localizado y detenido Epicentro y nueve sospechosos más”
Más tarde me enteré de que era el mismo secretario el que atendía a los dos pueblos.
A veces los insultos se reparten a pares. El recurso de la rima se aprovecha con muchísima frecuencia para incordiar a los vecinos:
Ontiñena, tripa llena, si no de pan, de arena.
Albalatillo en cada casa un pillo.
Almuniente, buen pueblo, pero mala gente.
No siempre se meten con los habitantes, que muchas veces no tienen la culpa de su geografía, sino con el pueblo con auténtico desprecio del lugar: -“Serraduy, el diaplle s'en fui”. O bien: -“Tella, Tella, iDios me libre de ella!”
Cuanto más vecinos, más pedradas. Me acuerdo ahora de una anécdota ocurrida hace algunos años entre los vecinos de Lascellas y los de Ponzano.
Siempre estaban de picadillo. Y uno de los motivos era, a ver cuál de ellos plantaba un mallo mayor en la plaza del pueblo para la Pascua. Los de Lascellas pusieron uno, capaz de impresionar a cualquiera que no fuera de Ponzano, y además lo pintaron primorosamente.
Tres mocetones de Ponzano se fueron sigilosamente por la noche, se lo arrancaron y se lo llevaron para su pueblo. Luego aún les cantaban: -“El mallito de Lascellas, pintaron de colorete; y en la plaza de Ponzano, se divierten lo mocetes”.
Y aseguran que lo habían advertido, que el día de antes, clavaron en el mallo un papeler que decía en verso: -“Estate quieto, madero, te han de venir a buscar, Mariano, Bosque y Albero”.
Los comentarios duraron años. En Ponzano tienen una fuente muy raquítica y en cambio en Lascellas están la mar de ufanos de su estupenda y abundante fuente. Y esto me obliga a otra digresión, y a perdonar si incomodo.
Resulta que no tenían nada o muy poco de agua, cuando se presentó un buen día un peregrino, con acento francés, a quien acompañaba un perrico. Se trataba nada menos que de San Antonio Abad, que venía entonces de Ponzano. Allí había pedido San Antón de beber, cosa que llevaron muy a mal los vecinos, creyendo que los insultaba por su escasez y lo echaron a cajas destempladas del pueblo.
Llegó a Lascellas y pidió agua y por supuesto le dieron, aunque tenían el mismo problema que en Ponzano. –“Aunque fuera vino”, le dijeron. La fuente empezó entonces a manar con fuerza. El Santo les aseguró:
-En aquel pueblo nunca tendrán agua. Aquí nunca os faltará.
-¿Y cómo lo sabe usted?, le preguntaron.
-¿Veis este animal?
-Sí, un perrico muy majo.
-No es perro, que es un cerdo.
Efectivamente, el perrico se había convertido en tocino y así lo representa por todas estas tierras la iconografía de San Antón.
Con motivo del robo del mallo de Lascellas, las mujeres de Ponzano les decían a sus vecinas:
-“¡Ay, si la fuente se volviera mallo…!”
Y hemos entrado en otro aspecto o capítulo del humor altoaragonés: el del picadillo de pueblo a pueblo…
Otro ratico seguiremos.

 


martes, 18 de septiembre de 2012

El baile de la tarántula

Que la medicina popular hoy nos puede sorprender, no cabe ninguna duda. Que actualmente esas maneras de curar, para muchos de nosotros no son creíbles, también. Aunque yo, nunca entraré a valorar su efectividad. Muchas de las historias que os cuento, he tenido la suerte de presenciarlas, y… en muchas ocasiones, he quedado tan sorprendido, que solamente me atrevo a contároslas, y vosotros podéis crearos vuestra propia opinión.
La medicina popular aragonesa guarda sorpresas increíbles. Y estos remedios han sido -en muchos casos siguen siéndolo- el evangelio. Así, como suena. En bastantes casas de la Montaña guardan celosamente y oculto a las personas de fuera de la familia un “libré” con estos remedios escritos, a manera de “prontuario” para poderlo utilizar en cualquier emergencia.
Y hoy, quiero hablaros de uno de esos remedios. La picadura de la tarántula o “alacrán”.
La zona de Monegros, ya se sabe, es terreno de tarántulas. El señor Beturian me describe a la peligrosa: “No es ésa que se esconde por los agujeros y tiene unos ojos brillantes, no. Es la otra que tiene el cuerpo negro y redondo como una oliva. Esa no tiene cado y ésa es la mala”. Sin embargo la canción debe aludir a la primera, que no hay manera de cazar:
“La tarántula es un bicho muy malo
no se mata con piedra ni palo...”
Alguien me comentó: “…hace un par de años le mordió una a un hombre de Capdesaso, pero vino el médico, le clavó un par de inyecciones y listo”.
Antes no. La curación de “fizadura” (picedura) de alimaña era todo un ritual. Ya se sabe que tenemos además otros animales venenosos y bien que lo aclara el refranero:
“Si te fiza un bibora, no vivirás ni una hora.
Si te fiza un alacrán ya no comerás más pan.”
La pista de los ceremoniales de picadura de tarántula nos ha llevado a Sariñena y allí se curaba a base de música. Su picadura sólo se podía curar con guitarra o instrumento similar acompañado a coplas y canciones.
Cuando salía una de una fajina -generalmente- al recoger la garba y “fizaba” a uno lo llevaban corriendo a su casa y se le metía en la cama con tres o cuatro mantas encima. Se sacaban brasas del hogar y se cargaban bien dos o tres braseros. Las plañideras, enlutadas, comenzaban con sus ayes lastimeros.
Mientras, en la alcoba de al lado se comenzaba una juerga por todo lo alto. Se tañía, se cantaba, se bebía vino, se volvía a cantar y tocar sin parar y sin hacer caso de los gritos del enfermo ni de los quejidos de las plañideras. Al cabo de varias horas de este tratamiento -y sobre todo si el enfermo colaboraba bailoteando dentro de la cama- la enfermedad remitía.
No acertamos con la explicación lógica. Tampoco lo pretendemos.
¿Tal vez se pueda traducir a un tratamiento masivo para provocar el sudor que elimine las toxinas?
Antonio Lasierra de Sariñena, me decía que la tarántula tiene como una especie de guitarra en la espalda. Y me decía también que mientras tocaban los músicos en casa del enfermo, la tarántula en el campo también bailaba y cuando se agotaba moría, curándose el enfermo.
¿Os extraña? Pues estas curaciones he tenido la suerte de presenciarlas en mi infancia…


miércoles, 5 de septiembre de 2012

De oficios: Los canteros

Tengo que retroceder a mis doce años, cuando ya me encontraba estudiando en los Salesianos de Huesca.
Repasaba yo mi cuadernico, pensando si podía añadir algún oficio que no se veía en el pueblo. Por ahora tenía recogidas observaciones sobre colchoneros, afiladores, ferreros, cañiceros, yeseros y carboneros. Veía que podía añadir estañadores, limpiabotas, vendedores ambulantes, serenos, carteros, guardias, pero ninguno me parecía tan interesante como los otros. Sin embargo, la ocasión me llegó cuando menos lo esperaba.
Era jueves y teníamos vacación por la tarde. Mi tia Rosario quería subir a la catedral, al Santo Cristo de los Milagros y me preguntó si la acompañaba y allá fuimos, pues. Ella llevaba un cirio y la mantilla. Ella tenía mucha devoción a ese Cristo de la capilla del Santísimo. Normalmente permanecía oculto por una cortina de terciopelo negro con bordados de plata y solamente se descubría algunos días. El Crucificado tenía una larga cabellera y la gente aseguraba que le crecía el pelo.
La catedral, como todas las catedrales del mundo, estaba en restauración. En el jardín del palacio episcopal habían improvisado un taller de cantería y se oía el martilleo de las piquetas.
A la salida de la iglesia le dije a la tía que me quedaba un rato para ver trabajar a los canteros si es que me lo permitían y me acerqué.
Un muchacho joven manejaba una especie de escoplo que luego supe que se llamaba el puntero. Con él pulía las esquinas de un sillar. Lo empuñaba con la mano izquierda que se cerraba sobre él, con el dorso hacia arriba y apoyada la muñeca para frenar y controlar el golpe de la maceta que manejaba con la otra mano.
Más allá, un señor mayor trabajaba otro sillar. Utilizaba una especie de martillo, pero con la cabeza intercambiable. Ese extremo que era el que golpeaba la piedra no era liso: tenía unas puntas alineadas en forma de cuadrícula. El hombre me miró de reojo y se paró un momento creyendo que quería hablar con él. Aproveché la ocasión para preguntarle cómo llamaban a ese martillo.
-Es la bujarda. Al golpear la piedra te va haciendo unos agujeritos regulares, un granulado.
-Por lo que veo, se puede cambiar el cabezal.
-Sí, según como quieras hacer la cuadrícula, más espesa o más clara; ésta es del siete; hay también del nueve y aquélla es del once. Se sujetan con este pasador. ¿Y por qué quieres saber tantas cosas?
-Yo quiero saberlo todo.
Soltó una sonora carcajada, pero me pareció que me miraba con simpatía.
-Eso nos pasa a todos. Pero es imposible. Sólo este oficio se tarda muchos años en aprenderlo. Es muy bonito.
Acarició la piedra con cariño y empezó a hablar como consigo mismo:
- La piedra es un ser vivo. Sí, tiene vida. Eso no lo sabe la gente ni los libros, pero en cuanto la arrancas de la cantera empieza a envejecer y endurecerse. Dicen que las rocas crecen: hasta un centímetro cada cien años. Por eso una piedra recién cortada es más amorosa, se deja trabajar..., pero si tardas un par de años, ya es mucho más complicado: la herramienta ya no va por donde tú quieres...
Contemplaba el sillar que tenía delante. Luego volvió los ojos hacia mí y continuó:
- La piedra vive. Y también enferma; es cuando le entra esa especie de carcoma que la deja como una esponja, como un leño podrido.
- Aquí hay mucha piedra enferma, ¿verdad? Por detrás de la catedral pasas la mano por una piedra y te llevas arena entre los dedos.
- Precisamente esa piedra se llama de arena. Los canteros trabajamos tres clases de roca: la de arena, la caliza y -con menos frecuencia- el granito. Ésta es caliza y puede ser de dos tipos: ésta que la llamamos negra y hay otra que le decimos puebla y que es más blanquiñosa.
- ¿También trabaja con hacha? -pregunté al observar una especie de astral doble, con dos extremos cortantes-. Ésa se parece a las hachas que llevan los romanos en Semana Santa.
- Sí, parece un astral. Se llama el tallante. Es la herramienta más preciosa del cantero.
Tiene un corte limpio y otro dentado. En realidad es el instrumento más antiguo en cantería y hay pruebas de que ya lo utilizaban los romanos. Nosotros lo empleamos cuando queremos darle a la piedra un aspecto de antigüedad, puesto que la deja con mellas desiguales, como sin acabar de pulir.
-¿Y ésas son ya todas las herramientas?
-También usamos el pico y el martillo. Y para sacar las piedras de la cantera, las cuñas y los barrones. Apenas se emplean los barrenos que rajan la roca por los sitios más imprevisibles y no permiten sacar entera la madre. La madre es el bloque entero, separada de otra madre por una franja de tierra. Las buenas alcanzan hasta veinte toneladas.
-¿Y cuánto se tarda en hacer un sillar?
-Con los métodos modernos, en tres o cuatro horas ya está listo para la obra.
Antiguamente duraba mucha más, hasta varios días de trabajo minucioso. Y por eso el tallista firmaba sus sillares con unos signos que se llaman de masonería. Cada uno tenía su propia señal.
Me daba apuro preguntar más, aunque admiraba la paciencia que tenía con un crío.
Daba la impresión de que disfrutaba hablando del tema y que además el tiempo no contaba. Trabajaba con lentitud y precisión como consciente de que era para la eternidad.
Le di las gracias y me fui hacia casa. Antes, me senté en un banco de la plaza y saqué mi libretica para anotar los términos que me eran nuevos, para que no se me olvidasen.
Lo que más me había impresionado es lo de que la piedra es un ser vivo. Y algo parecido me dijo de la arcilla un alfarero, como contaré otro día.