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lunes, 11 de febrero de 2013

La boda “más ritos”

Yo estaba en el banquete de bodas cerca del tío Pietro de Chistén, porque me gustaban mucho las cosas que contaba de todo Aragón, que hay que ver cómo lo conocía. Así me enteré de algunas costumbres que no se daban en nuestro lugar, tradiciones que se daban en otros lugares, relacionadas y unidas a nuestras bodas.
Por “tierra plana” había unos ritos, una especie de confirmación del matrimonio. Por ejemplo, hasta hace bien poco (y tal vez se siga haciendo aunque se desconozca su significado) el día de la boda subían a la ermita de San Juan. En una dependencia oscura de la ermita, los novios saltaban unos ladrillos, "si se brincaban bien los ladrillos, estaban bien casados; si no, el matrimonio no iba a ser bueno". Igualmente, en unas rocas que hay subiendo a la ermita solían hacer una cruz, ponían sus nombres y besaban la cruz.
Y también en Chalamera, en la ribera del Cinca, se hacía algo parecido:
Al día siguiente de la boda, los novios, acompañados de muchos invitados iban a la ermita de la Virgen de Chalamera en las afueras del pueblo a visitarla y llevarle flores. Y también a pisar un ladrillo que había detrás de la imagen. De lo contrario decían que no estaban bien casados.
Pero me centraré en el Rito de Ballobar, por ser muy explicativo: "Al día siguiente, domingo, acudían (los novios) a la Misa mayor y como viaje de novios subían a la ermita de San Juan para celebrar el llamado "salto de la novia", que consistía en lo siguiente: junto al altar del santo había una roca con unas piedras; la novia, ante la expectación de la concurrencia, saltaba dando un círculo.
Ermita de Ballobar (Huesca)
 
"Creo (y es una opinión solo mía), descubrir en este rito una prueba de la virginidad de la novia. Se trata, sin duda alguna, de algún rito ancestral que se realizaba en el santuario pagano y luego cristianizado, bajo la advocación del Bautista. La mayoría de los santuarios del Cinca fueron, originariamente paganos. Al comprobar el novio la virginidad de la novia en la primera noche de bodas daban gracias y lo celebraban con una danza -ahora salto de roca o de piedras- que comenzaba la novia a la vista de las amistades, quienes, con gran regocijo, proseguían todos los asistentes, en forma de círculo, saltando, también sobre la roca misteriosa. Como puede verse, es ni más ni menos que una danza antiquísima en torno a la roca y dentro del santuario, pero que, con el cristianismo, fue elevado a rito religioso y, tal vez, debido a ciertos abusos, fue prohibida dentro del templo, pero continuando siempre llena de misterio y de matiz sexual, junto al altar en una estancia contigua. Es un rito digno debería ser investigado a fondo, que muy bien podría tener que ver algo con la prueba con que es sometida la gitana, antes de contraer matrimonio".
Pero no le deis vueltas a esto, son tradiciones y hoy a nadie le dan de comer… menos todavía, que el Gobierno de Aragón, se gaste dineros en estas fatezas…
En Fraga "para el día de la boda llevaban las novias las “faldetas” de satén o brocado blanco, bordado en colores, pañuelo grande de igual color bordado, zapatos blancos y pendientes blancos, de plata con diamantes; en la fiesta del segundo día aparece la novia cambiándose los pendientes de plata por otros de oro con piedras de color. En estos días de la boda las fiestas se hacían en casa de la novia. El tercer día, en la del novio y su mujer comparecía con “faldetes” de cualquier color, ordinariamente oscuras y pañuelo negro bordado en colores. El cuarto día se van juntos al huerto o a una fuente en donde hay comida campestre; la novia lleva el vestido usual".
En Tiermas era costumbre, una vez acabada la boda el "correr la rosca": uno de los invitados se colocaba en un llano, con una rosca o torta, con las manos en alto. Dos contendientes corrían y saltaban para cogerla. El ganador la partía y distribuía entre los asistentes, que a veces cruzaban apuestas.
Pero retornaremos a la boda, y la dejamos en la sobremesa, que duró lo suyo. Después se organizó el baile. Y tendremos que entrar en otro día para introducirnos en él, pues muchas cosas quedan por contar…


lunes, 4 de febrero de 2013

Las fiestas de mujeres

El día dos de febrero era un importante momento de celebración para algunos pueblos de la antigüedad, asentados en territorios que comprendían, entre otros, el después llamado Aragón.
 Febrero es el momento en el que el sol comienza de nuevo a recuperar su fuerza para calentar la tierra, los días se van haciendo más largos, las semillas germinan en el interior de la tierra y las ovejas están ya en condiciones para la lactancia de los futuros cordericos.
Es el mes en el que despierta la fertilidad en la Naturaleza, preparándose para su explosión en la primavera. Y para hacerlo sagrado había una diosa, la diosa madre por excelencia, la Tierra, protegía a las mujeres jóvenes y a los rebaños, importantísimos para las sociedades ganaderas y transhumantes, y se simbolizaba con una antorcha encendida.
El fuego sagrado era una llamada al sol, para que después del período invernal, calentara con fuerza la tierra. Era también protectora de los bardos y sanadora, y a ella se consagraban los pozos sagrados. La fiesta se celebraba encendiendo hogueras en colinas y pueyos, se fabricaban cirios con grasa de animales y los hombres de las aldeas hacían con paja unas muñecas que luego ofrecían a las mujeres. Estas las introducían en las casas y acostaban las figuras en canastos de paja al lado del fuego del hogar.
Para los pueblos de nuestra tierra, la fiesta era en honor de los espíritus de todas las mujeres antepasadas de cada familia. En esta fiesta, en las casas se encendían todas las luces y se prendían multitud de velas. Las almas de las mujeres regresaban entonces del mundo de los muertos para proteger a sus familias vivas y asegurar la continuidad de la estirpe.
El mes de febrero, lo definían como: “el curto y fiero, el que mató a su padre en el podadero y a su madre en el lavadero”.
Aunque en los lugares la situación del tiempo era mucho más extrema, manifestándose en copiosas nevadas y el clima era mucho más frío, el aragonés había adquirido un conocimiento certero y esperanzador, observando  que estos días el sol se fortalecía gradualmente y el invierno, a pesar de su dureza en este mes, ya tenía signos de terminar.
“Pa la Candelera la mayor nevera, pa San Blas un palmo más, pa santa Aguedeta hasta la bragueta y pa san Vicente hasta la frente”
Todas estas festividades de comienzo de febrero resultaban claves en la vieja mentalidad del campesino pirenaico, pues el comienzo del mes era un periodo sagrado en los ciclos reproductores.
En este tiempo la naturaleza se desaletargaba, comenzaba a moverse y apocaba al terrible invierno.
La flora y la fauna, se iban desperezando, como decía un refrán muy explicativo:
“Pa santa Aguedeta todos los bichos del monte levantan la cabeza”.
Con las hogueras y luminarias de la Candelaria, se vencía la pertinaz tiniebla invernal. Este día se bendecían las velas y en cada casa se hacía acopio de ellas pues tenían muchas propiedades maravillosas. Especialmente servían para preservar a las personas, las fincas y las casas de -“pedregadas”- tormentas. Estas pues se usaban para alejar las “tronadas” peligrosas, colocándolas junto a imágenes de devoción familiar, y en las ventanas que estaban orientadas hacia donde “bruía” bramaba la tempestad.
También en este día se recogía buxeta, ramas de boj, y se colocaban en el centro de los campos para proteger la próxima cosecha.
Brigida el día 1, Candelera el día 2 y la Águeda el 5, era una célebre triada de advocaciones femeninas, mujeres mitológicas desposadas con la cercana plenitud de la primavera. Las mujeres aragonesas celebraban las tres fiestas que remataban con la fiesta que más ha conservado la tradición como es Santa Águeda.
El día que mandan las mujeres. Sería el título que colocaría para estos dos días de esta fiesta. Pero no me gusta. Las mujeres mandan siempre. A lo mejor es algo que colea de un tiempo muy lejano de matriarcado, pero no está la cosa muy clara. Tendríamos que saber interpretar correctamente algunas reliquias que nos quedan y necesitaríamos mucho tiempo para ello. Y además yo no soy historiador. Se lo dejo a ellos.
En primer lugar, el rito de la cobada. Porque esta práctica, que conocen nuestros abuelos del pirineo, se la atribuyen al otro lado de la frontera, al Bearne, Vas al Bearne y también la conocen pero se la adjudican a los vascos. Los vascos aseguran que eran los navarros y éstos que los aragoneses. No hay quien se aclare y es que nadie quiere reconocer la cobada como suya.
Y no es para menos. Consistía en que al dar a luz una mujer, inmediatamente, tenía que continuar las faenas habituales de la casa como si nada hubiera alterado su vida. En cambio, era el marido quien se metía en la cama. A él se le prestaban todos los cuidados, se le llevaba el caldico, se le mimaba como si hubiera sido él el que hubiera parido.
Los etnólogos han querido ver con esta costumbre un rasgo de matriarcado con el que el hombre adquiría protagonismo y se desquitaba del poder femenino.
Pero hay más. En las casas montañesas, de puertas afuera, era el hombre el amo de la casa: el que firmaba los papeles ante la compra o venta de una finca, la trasacción de una mula, el trato de un ganado. Sí, él firmaba porque era el jefe de la familia. Pero todo el mundo sabía que, en realidad, quien decidía todas esas operaciones era la mujer que, eso sí… permanecía astutamente en la penumbra.
La mujer era la que desempeñaba también el papel sacerdotal en la familia. Era la que dirigía el rosario familiar, la que organizaba el cabo de año de un difunto, la que hacía las ofrendas, la que se preocupaba de colocar todas las protecciones para evitar que espíritus malignos pudieran hacer daño tanto a la casa como a sus habitantes.
Con estos datos habría que examinar el día de Santa Águeda. ¿Se trata de buscar la liberación de la mujer? ¿O ha quedado como reminiscencia de que en un tiempo pasado era ella la que mandaba?