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Creigo en Aragón ye Nazión

miércoles, 31 de julio de 2013

Masando pan

Andaba yo pensando qué haría aquella mañana cuando se me presentó una ocasión estupenda de contemplar otro trabajo para escribir más cosas en mi libretica. Ya lo había observado otras veces, pero entonces aún no se me había apoderado el gusanillo de la curiosidad.
El caso es que, al entrar en la cocina, mi tía estaba amasando el pan. Había colocado la artesa pequeña encima de una mesa y allí estaba manoseando la masa con esos movimientos precisos de los dedos que se hunden en ella, la estrujan, le dan la vuelta... y esto, ratos y ratos. Cuando yo la ví, ya llevaba una hora trabajándola y todavía estuvo dándole más. Ahora estaba rezando. Decía:
"Dios te crezca, masa,
como la Virgen en gracia" .
Luego hacía la cruz sobre ella y volvía a rezar:
"Masa, sube en la bacía
como Jesucristo subió
en el vientre de María" .
-¿Ya has echado la levadura, tía?
-Pues claro, eso se hace casi al comienzo. Y lo mismo la sal. ¿Ves ese mantoncito de masa que está allí apartado? Pues lo dejaremos fermentar y servirá de levadura para la semana que viene.
Porque se amasaba cada semana, a veces cada diez días.
-¿Y cómo sabes cuándo está lista la masa?
-Mira: ya está. La aprietas con un dedo, ¿ves?, y el hoyico se recupera enseguida.
Si no estuviera en su punto, si estuviese cotaza, se quedaría hundido.
-Pues yo creía que se notaba en los "ojos" de la masa.
-Sí, pero no hace falta.
Para que lo viera hizo en ella un corte con el cuchillo y salió, efectivamente, llena de ojos. La abuela, que nos estaba mirando, soltó aquí uno de sus dichos:
-"Pan, con ojos; queso, sin ojos..., vino, el de Godojos".
Cuando ya estaba todo a gusto de mi tía, metió la masa en una cesta, la tapó bien con un paño blanco y encima un trozo de manta, para que no se enfriara por el camino, y nos fuimos los dos al horno, pues yo quería ver cómo terminaba la cosa.
 
Antiguamente, todas las casas del pueblo tenían su propio horno, según decía mi abuela, pero yo no me acordaba de haberlo visto. Para cocer ahora siempre se llevaba a un forno del pueblo.
Cuando llegamos ya había tres o cuatro mujeres, cada una con su cesto. Luego vendrían otras. Cada una se dedicaba a dar la forma que quería a cada pan y lo mismo su tamaño para ponerlo a cocer, y le hacían su propia marca ya que en las hornadas se metían panes de diferentes casas. Alguna tenía hasta su marca de hierro que estampaba a manera de sello, otras daban un pellizco peculiar o hacían un pico...
En Chalamera, según mi informadora, Pilar Villas, señalaban el pan así: "raserada", que era un corte con la rasera; "nariz cruzada", que era un pellizco cruzado en el pan y "nariz", un pellizco sin cruzar. El trabajo de dar forma a los panes lo llamaban reparar. La mujer que quería entregaba un poco de masa. Con otros pocos se hacía un pan que se llevaba al cura para que celebrara una misa en sufragio de las almas del Purgatorio, por lo que lo llamaban "pan de las almas",
 
Las conversaciones eran ininterrumpidas. El horno, al igual que el lavadero, era uno de los centros de información del pueblo. Allí se comentaba todo, naturalmente en tono confidencial. Yo me acordaba de aquella copla que cantó una vez Isidro:
"Madre, venga usted corriendo
y verá una cosa rara:
tres mujeres en el horno
y las tres están calladas" .
Cuando el panadero metió los panes con su larga pala, todavía rezaron otra breve oración, persignando la boca del horno:
- "Santa Vallezca bendita, te crezca, te cueza, te faga buen pan".
Ahora entraba ya la faena del panadero. Por ella y la utilización del horno cobraba generalmente en especie.
Antiguamente, el fuego estaba dentro del horno, y entonces una nueva tarea consistía en repartir la brasa, lo que se hacía con unas pértigas largas forradas de arpillera en la punta. Las iban mojando continuamente con agua para que el tejido no se quemase. Se metían los panes con la pala y se tapaba la boquera, cerrándola con barro. Luego vinieron las hornillas que calentaban el fuego desde fuera.
La mejor leña solía ser el coscojo, la carrasca, la aliaga... Una ventanica permitía observar el interior del horno para ver si el pan estaba ya cocido. Esto se sabía, sobre todo, por el color del pan. También la colocación de los panes en el horno tenía su arte, sobre todo para que no se "besasen" ya que entonces quedaba una marca fea y una parte sin corteza.
Una hora venía a tardar en cocerse. Luego se volvía a sacar, también con las palas, y se volvía a limpiar el horno. La ceniza se aprovechaba para hacer luego la colada de la ropa.
Las paredes del horno eran de adobas de buro, que no salta. Sólo más tarde se forrarían con ladrillos refractarios.
De siempre el pan de Aragón llevó fama de bien hecho. Especialmente cuando se hacía blanco, de flor de harina de trigo, para las ocasiones. Una canción popular nos lo recuerda:
"Al buen pan de Aragón,
muchachas, acudid,
que lo vendo barato
y me tengo que ir".
La verdad es que, en nuestra tierra, hasta con el pan se observó siempre una gran austeridad y su hechura se distinguía también con el rango de la casa. En tiempos se hacía pan doblado, mezcla de dos cereales, pan terciado -de trigo, ordio y centeno- y hasta se amasaba también otro pan especial de cebada sola o con salvado para los perros pastores y los mastines.
En Benasque, existían todas estas clases de pan: de harina de bellotas, de ordio y otros cereales inferiores, de centeno mezclado con patata, de mistura o "pan represet" (de trigo y centeno), de trigo sólo y de harina de fábrica.
 
Cuando las mujeres me vieron apuntar cosas, les hizo mucha gracia. La señora Chazinta me dijo:
-Apúntate este dicho: "Pan caliente y agua fría, si quieres perder la vida".
Mi tía protestó:
-El pan caliente es bueno con aceite y sal...
Pero la otra insistió en que ni siquiera así:
-Otro dicho: "¿Quieres pan caliente? - ¿es que quieres que reviente?".
Yo, claro, todo lo apunté.


lunes, 15 de julio de 2013

Joaquín Costa

He hablado más de una vez de nuestro Ramón y Cajal y volveré con él cualquier día. Compañero suyo en el Instituto de Huesca fue otro aragonés maravilloso y universal: Joaquín Costa. Y si el joven Santiago fue una auténtica calamidad como estudiante, Costa debió de ser el alumno ideal. Se matriculó un año después que Ramón y Cajal, pero con dieciocho años de edad. Recibió sobresalientes y premios extraordinarios, fundó siendo estudiante el Ateneo Oscense y recibió del director el encargo de suplir a profesores en algunas ausencias, prolongadas hasta treinta y seis días.
Costa se adelantó a su tiempo y luchó con toda su alma por su Aragón. Como un león. El “León de Graus” se ha llamado. Porque fue grausino por propia voluntad cuando Monzón, su patria chica, le volvió escandalosamente la espalda y al adelantarse a su tiempo tropezó, como es natural, con los españoles de su época. Esos españoles de los que diría Machado:
“En España de cada diez cabezas, dos piensan y ocho embisten”.
Recuerdo ahora la exclamación del político republicano al contemplar un gran rebaño de corderos: ¡Qué hermosa mayoría!.
La masa siempre es aborregada. También en nuestros tiempos.
Renuncia a pensar y delega en otras cabezas su capacidad de razonar. Lo vemos con muchos políticos, escritores, periodistas. Decía el epigrama:
“Por no saber Juan qué hacer
a periodista se echó
y el público lo leyó
por no saber qué leer”.
Cuando vayáis a Graus, deteneos ante la estatua de bronce de Costa. Es un monumento erigido por suscripción nacional en 1929, dieciocho años después de su muerte cuando se empezó a reconocer su mensaje.
En el mismo monumento aparece con letras doradas: “Escuela, Despensa, Política Hidráulica”.
¡Con qué razón decía García Mercadal que Costa, había muerto de asco, más que de otra enfermedad!
Vio los problemas de Aragón; apuntó las soluciones más evidentes, pero fueron cayendo todas en saco roto. En su tiempo, los políticos -aunque parezca raro- se preocupaban más de su medra personal que de los intereses comunes.
A nuestro pensador se le cita mucho, pero se le lee poco, y se le medita menos. Y casi todos sus renglones seguirían siendo válidos hoy.
Aunque le dolía España como al poeta, Aragón fue para él…
 
Mejor, se lo dejo decir al mismo Costa:
“Aragón es el ídolo de mi alma, después de Dios; patria adorada donde han nacido mis primeras ilusiones y mis primeros tormentos”.
Todo lo aragonés le interesa. Son abundantísimos sus apuntes (inéditos, claro) que hacen referencia a la fabla aragonesa, a las costumbres populares, hasta detalles tan aparentemente triviales como los apodos de los pueblos. Es curioso ver a este hombre que diserta sobre los grandes problemas de Aragón y España, recoger, en cuartillas sueltas con una ternura conmovedora coplillas como:
“En Bolturina “astados”,
todos de curas y frailes,
Secastilla vinateros
gente muy desagradable”.
O bien:
“En la Almunia poco trigo
porque el terreno lo trae.
En Fonz está la plaga
porque las doncellas paren.
En Estadilla los jueces
que sentencian las verdades.
En Estada está el tesoro
que los obispos traen.
Y todavía:
“¡A l'Aínsa, nabateros!
mucha bolsa y pocos dineros”.
No voy ni siquiera a glosar su figura. Otros lo han hecho ya espléndidamente y su figura ha hecho correr ríos de tinta. Pero sí quiero fijarme en un aspecto de lo más aragonés que he encontrado en él: la virtud defecto de decir siempre lo que pensaba.
Ahí va una anécdota que escribía Gil y Gil, catedrático y foralista aragonés, y que dedico a nuestros chavales de hoy:
Hizo que le presentaran a Costa, siendo estudiante, y muchos años después recordaba el cariño con que le atendió el pensador. Y recordaba también que en la conversación le preguntó don Joaquín:
-¿Estudias mucho?
-Bueno, no mayor cosa.
-¡Pues está usted robando el dinero a su padre!
Menos conocida, es otra anécdota que recogí en Estadilla.
Era alcalde de la villa por aquellos tiempos don Matías Blanco y le pidió a Costa que viniera a dar un mitin. Él fue primero a visitarlos y les preguntó qué ideas políticas tenían.
-Nosotros somos republicanos.
-¡Mentira! -exclamó con vehemencia-, porque en España no hay más que un republicano y medio. El republicano soy yo y Lerroux, que es sólo medio republicano.
Luego se arrepintió de lo dicho y le mandó recado al alcalde de que iría a dar el mitin. Pero también Matías Blanco tenía su orgullo y le contestó que si venía a Estadilla daría el mitin en el retrete.
Costa lo dio en privado, en casa Heredia.
En cuanto repasas despacio la vida de un aragonés, sale lo que sale…
¡Y en Costa también!


martes, 2 de julio de 2013

Videntes y curanderos “¿Seres diferentes?”

No me está permitido ser muy explícito al hablar de otro curandero, J.P. nacido en Agüero hace unos ochenta años y que actualmente vive en una capital cercana. Ejerce muy poco y es muy discreto.
Lo más característico suyo es que lo cura todo y sin necesidad de visitar al paciente. Mi informante es J. T. primo del curandero y me cuenta que pasaba una temporada muy mala y le llamó por teléfono. El le dijo: “Tienes tal y tal cosa”.
Era verdad y muy complicada: había estado en el entierro de un joven. Parece que el espíritu del joven se había colocado en él porque necesitaba reposo...
Otro caso interesante: una señora, amiga de mi informante fue a verle y le contó que sufría mucho, oía ruidos, presentía espíritus, etc. El telefoneó a su primo consultándole el caso y la curó sin tener ningún contacto con ella.
Lo siento, pero no puedo dar más detalles.
 
También curandero y clarividente es Millán Sancho, que nació en Huesca hacia 1945 y vive en un pueblo de los Monegros.
Hace el diagnóstico con sólo ver al enfermo. El mismo hace las medicinas, las da y cura.
Si es algo de articulaciones aplica masajes, si es algo interno receta hierbas de las que tiene un conocimiento casi exhaustivo.
Utiliza además una especie de pases con las manos. Ha hecho curaciones muy espectaculares como a un niño con la cabeza enorme y muchos tumores al que curó en una breve temporada.
Es además clarividente y encuentra cosas perdidas. Un amigo de mi informante que había perdido la bolsa y le preguntó, le dijo que la tenía colgada en una caseta en donde había estado merendando y allí la encontró.
 
Como remedio para muchos males se ha empleado el agua de San Cosme y Damián, que otros llaman aceite. El ermitaño, hombre muy interesante y amable me dice que el aspecto oleaginoso del agua se debe a unas capas de piedra bituminosa que atraviesa el agua antes de llegar al manantial de la cueva.
San Cosme y san Damián
Y ya que hablamos del ermitaño, diremos que Antonio Bonsón no es propiamente curandero aunque conoce muy bien las plantas medicinales y ha colaborado con eminentes botánicos.
Nació en 1943 en Torrelarribera en una casa que fue beatario dependiente de Obarra. El atribuye a esa circunstancia -entre otras- su facultad de predicción. Ha presentido muchas muertes (y me contó nombres y circunstancias que no vienen al caso).
Con sus familiares que viven en Barbastro se comunica telepáticamente avisándoles cuándo va a ir a verlos. Hay un algo de magia a su alrededor cuando cuenta sus apariciones, entre ellas de un ovni con todo detalle a distancia muy pequeña aunque no vio seres vivientes: sólo el aparato. Ha leído mucho y describe los fenómenos con las palabras adecuadas. Es valiente al vivir en un paraje tan extraño y sobrecogedor que además parece ser una zona de un gran magnetismo completamente solo, sin teléfono ni otro medio de comunicación.
Pero es un hombre de fe y asegura que no vive solo ni menos desvalido. En 1985 se cayó de un tejado y se rompió la columna. Así y todo supo ir hasta el coche, subir con él por la arisca pista hasta la carretera y conducir hasta Huesca, a la Residencia de San Jorge en donde entró por su pie. A partir de ese momento quedó inmovilizado. Eso lo cuenta con sencillez y convicción para indicar que no vive tan solo. Dios y los santos Cosme y Damián a los que tiene verdadera devoción lo protegen.
No hace curaciones. Tal vez porque no se lo propone y atribuye todos los favores al agua de San Cosme. Me decía con mucha simpatía:
-“Unos me llaman el loco de San Cosme, otros el brujo de San Cosme y otros el santo de San Cosme: yo creo que debo tener un poco de cada cosa...”
 
Quiero terminar este desfile de curanderos altoaragoneses con una interesante figura que no era de Huesca, ni siquiera de España pero que hace unos años visitaba con cierta regularidad la zona entre Robres y Tardienta.
Jaime Cristian era tal vez alemán y vivía en Reus en donde enseñaba idiomas. Tenía allí un apartado de correos y cuando lo llamaban de Tardienta y otros sitios acudía a visitar si es que se le permitía de lo Alto, como escribe en varias cartas a una de mis informadoras. . .
En Tardienta solía parar en casa de Torné en donde he comprobado el afecto que le tienen y cómo lo consideran santo.
No empleaba ningún método para curar: tocaba al enfermo y rezaba.
Tenía unos 55 años cuando visitaba estos pueblos y probablemente murió hacia 1975 que es cuando se pierde su rastro.
Mis informantes de Tardienta me contaban que una vez tenían un gran disgusto porque habían perdido la escritura de la casa. Se lo dijeron por teléfono y los tranquilizó “porque estaba bien guardada en un cajón”. Luego apareció en el Ayuntamiento.
Nunca aceptaba nada. Hasta llevaba ropa sin bolsillos para que no le metiesen dinero dentro. Ayunaba mucho. Cuando curaba no tomaba nada, si acaso algo de fruta. Al principio no quería venir a Tardienta porque decía que veía mucha sangre en todo el pueblo.
Otra informante que tuvo mucho trato con él y posteriormente bastante correspondencia me contó:
- “Hace dieciocho años tuve un derrame en un ojo (el izquierdo) y del otro veía muy poco. Me visitó Barraquer y no pudo hacer nada. Tampoco en Zaragoza. El doctor M. de Zaragoza tampoco me solucionó nada y les dijo a mis hijos que iba a quedar ciega enseguida y que me dejasen hacer lo que quisiera.
“Una cuñada que tenía en Tardienta me dijo que allí iba un señor que hacía cosas extraordinarias. Era alemán, me parece. Fui a verlo. Te saludaba juntando las dos manos. No me dijo nada. Al cabo de algunos días vino a verme a Grañén. Mi hija le preguntó: - “¿Se quedará sin ver?”. El miró hacia arriba y luego contestó: - “Me dicen que no”. No quiso nada: “si aceptara algo de usted -me dijo- ya no serviría de nada lo que hago por usted”.
“Yo tengo 74 años y aún veo. Todavía me sigue cuidando porque alguna vez he tenido caídas muy duras (la última en la cocina, desde lo alto de una mesa limpiando un armario) y no me ha pasado nada”.
Era un místico por lo visto. He tenido acceso a la correspondencia con la informante y vale la pena copiar algunos fragmentos de ella. Tenía una gran fe en Jesús y en el Padre y se nota que tiene familiaridad con la Biblia. Curiosamente, también aparece algún rasgo de creencia en la reencarnación:
“Mis hermanos no me verán corporalmente... mas ¿quién puede cerrar las puertas a espíritu alguno, mucho más si pretende difundir la luz del Creador y diseminar sus granitos de Amor Eterno?- Mucho me alegro de su mejoría y busque en su interior que es en donde hallará la fe que mueve las montañas y que teniéndola todos los seres latente tantas veces nos olvidamos de esta fe y en este olvido parece como si la vida nos pesase... Pero no! - Anímese pues y tenga a cada instante su pensamiento en El, pues en El vivimos. Y por si no puede, reclame la ayuda de Jesús”. (firma ilegible).
 
Y seguiría, y seguiría contando de estos personajes…
 
El lector habrá comprobado que he tenido verdadera suerte al tratar de recopilar datos. La mayoría de las veces he recibido la información directamente del propio curandero si es que vive o de sus familiares, que sin ningún resquemor me han permitido tomar notas, en algunos casos fotografías y siempre me han tratado con afabilidad, facilitando mi tarea.
Claro que esto tiene una desventaja: me han hablado de curaciones y no de fracasos, que sin duda los habrán tenido.
Pero nunca he pretendido hacer una valoración, ni siquiera un análisis de la medicina popular: simplemente una observación de lo que creen nuestras gentes. Constatar un hecho que allí está y forma parte de nuestro modo de ser.
Ya están lejos los tiempos en que algunos médicos denunciaban al curandero considerándole la competencia en unos casos y el ataque a la salud en otros. Con frecuencia hay una auténtica colaboración, una simbiosis entre el empirismo y la práctica.
Hoy se presenta a los curanderos en entrevistas y reportajes de los medios de comunicación y ellos mismos imprimen sus tarjetas aunque a veces velen discretamente su profesión con la palabra “masajista”.
¿Por qué habrían de esconder, ni tan siquiera disimular unos conocimientos ancestrales, heredados o adquiridos si pueden ayudar a disminuir el dolor?
He comprobado que jamás se salen del campo que dominan.
Sólo en casos contadísimos actúan como profesionales.
Casi todos curan por favor a vecinos, amigos o amigos de amigos. La “voluntad” que algunos de ellos aceptan, desde luego jamás los hará ricos.
Desde aquí mi agradecimiento y admiración hacia ellos. Y ojalá estas “charlas” más o menos desordenadas iluminen un aspecto más de nuestro pueblo en cuya alma trato de bucear.